Acabé como la esposa de mi rival de amor — Capítulo 1

El pajarito se fue, dejando tras sí solo huevos rotos

Una vez, hubo una pregunta muy popular en internet: «Si te despertaras y te dieras cuenta de que tu género ha cambiado, ¿cuál sería tu primera reacción?» Y hubo también una respuesta igual de popular: «En primer lugar, deja que tus amigos se diviertan un poco».

❀ ◦ ❀ ◦ ❀ 

Su Jian recordaba, como si hubiese ocurrido ayer, que golpeó la mesa para expresar su admiración por ese hombre. «¡Qué buen amigo!» pensó. «¡Qué lealtad!»

Pero ahora mismo, estando en esa misma situación de la que se reía tanto, lo único que podía sentir era un temor abrumador, un dolor agudo y una fuerte ira, fruto del pánico. «¡Que le den a tu puta madre! ¡Joder! ¡Que le den a ella, que te jodan a ti! ¡Hijo de puta! ¡Ya te daría yo lo tuyo si te encontrara!»

Oh, espera, claro. Lo anterior no tiene ningún sentido; al fin y al cabo, nuestro pobre amigo Su Jian se ha quedado sin su miembro. ¿Cómo podría «darle a alguien lo suyo» en esta situación? Exacto.

❀ ◦ ❀ ◦ ❀

Su Jian recordaba el momento del accidente. Era muy trágico; estaba seguro que no había forma en que podría sobrevivir.

No tenía ni idea de cuánto tiempo pasó desde aquel momento y si siquiera había pasado algo de tiempo, pero, después de un esfuerzo descomunal, consiguió abrir los ojos y se topó con un mundo blanco. 

En principio creyó que ese debería ser el cielo y estuvo ridiculizando la idea en su mente. «¡Cielo! Jaja, pero si es de un blanco espantoso. ¿Qué eran esas descripciones populares de un lugar perfecto, del paraíso? Todo es blanco, y encima de un blanco asqueroso, como si estuviera en un hospital, jaja…» pero de pronto dejó de reírse, pues, en efecto, estaba en un hospital. 

Primero se alegró muchísimo; ¡tuvo la gran suerte de haber escapado de las puertas del infierno! Pero hubo otro punto que no le hizo ni pizca de gracia. Puede, solo puede, que estuviera lisiado y acabara en un estado vegetal. «¡Si ese es el caso, bien podría haber muerto! ¿¡Por qué la vida me trata siempre así!?».

Rápidamente, o al menos él lo vio así, apartó la manta e inspeccionó su cuerpo; la diosa fortuna estaba de su lado, pues seguía con brazos y piernas. Claro, no todo era perfecto. No podía serlo per se después de ese accidente. Una de sus piernas estaba vendada y le dolía moverla, pero al menos era capaz de sentirla y, por lo que parecía, estaba en una sola pieza. Tuvo mucha, mucha suerte de no haber acabado mutilado o algo así. Parecía que lo único que le había pasado era que se fracturó una de sus piernas, y eso no era algo tan serio. Aunque, aún así, hubo una cosa que le preocupaba mucho; las piernas, pese a estar prácticamente bien, parecían mucho, mucho más delgadas. 

«Quizá llevo tanto tiempo en la cama, que mis músculos se atrofiaron» pensó. «Sí, seguro que sí. Hasta esa jungla de pelo que tenía acabó por desaparecer».  

Dejó escapar un suspiro de alivio y se recostó en la cama del hospital, estirando los brazos y su única pierna buena. Su felicidad era inmensurable: «¡Sobreviví a ese desastre y no estoy ni mutilado! Ja, ja, ja, ¡apuesto a que mi futuro será magnífico!» Tenía ganas de reír y sonreír. Parecía que no estuvo más feliz y aliviado en toda su vida.

Soltó una risita nerviosa, todavía sin creérselo del todo y, acto seguido, frunció el ceño; sintió que tenía algo en la cara que le provocaba mucho picor y, cuando estiró la mano para quitarse esa cosa, se dio cuenta que era un mechón de pelo larguísimo. No le dio demasiada importancia; intentó tirarlo para que no le molestara más, pero, para su sorpresa, no pudo hacerlo. Cuando tiró de golpe del mechón, notó un dolor agudo en la cabeza, como si se estuviera tirando de su propio pelo. Se quedó pasmado. Tiró un par de veces más y, al volver a sentir ese dolor, se palpó el cuero cabelludo con la esperanza de comprender la situación, pero le era imposible. Por los bruscos tirones se acabó arrancando algo de pelo y, cuando bajó la mano, vio un mechoncito de cabello negro y brillante. No era su pelo, pero a la vez sí lo era. ¿Cuándo le creció tanto? ¿Estuvo uno o dos años en coma acaso?

Extrañado, decidió seguir investigando su cuerpo y, cuando bajó la mirada, se fijó en algo que no había visto hasta ahora; dos protuberancias en la zona del pecho. 

«Espera…» Se quedó extrañado. No entendía lo que estaba pasando y su mente, intentando dar una explicación, descartó una opción tras otra, quedándose, al final, con una de ellas. «No. No, no, no, no, no. ¡No tiene lógica alguna! ¿¡Cómo cojones pude haber acabado con un par de tetas!? ¡Me cago en dios! ¿Podría alguien explicarme lo que está ocurriendo?» Así, con las manos temblorosas se apretó los senos. Era agradable. Se sentía como una gran masa suave y esponjosa.

A pesar de ese pequeño momento de catarsis, entró en pánico en cuanto volvió en sí. «¿Efecto secundario del coma?, ¿existe acaso algo así? ¿Podría ser, quizá, una medicación extraña? Ja, no me extrañaría con toda la mierda que hacen nuestros médicos. No tengo ni idea de lo que ha pasado, pero, dios, ¿cómo creció tanto esa cosa? De seguro que sería una bendición para una tipa plana, ¡pero soy hombre! ¡Hombre! ¿No es demasiado espeluznante?» 

Su Jian se apresuró en quitarse la bata que llevaba puesta para poder apreciar mejor su nueva «adquisición». Eran unos pechos bastante grandes. En realidad unos pechos así era algo con lo que solo podía soñar; era mayor que un virgen medio del país e interactuó únicamente con actrices en juegos virtuales. A decir la verdad, jamás llegó siquiera a rozar las diminutas manos de una mujer y soñaba con poder apreciar unos pechos tan perfectos en la vida real, pero nunca pensó que ese sueño se cumpliría de una forma tan peculiar; recreándose en su propio cuerpo.

Se moría de ganas de voltear la mesa y gritar. Gritar tanto como nunca. «¡Tiene que ser una puta broma! ¡No puede ser verdad!»

El joven no era capaz de pensar en cualquier otra cosa en ese momento, por lo que se abrió la bata del hospital y comenzó a examinarse de cerca. Probablemente lo de los senos no era lo único que le ha pasado. ¿Qué otros efectos secundarios podría tener? Dicen que cuanto más miedo le tienes a algo, más real se vuelve, o algo así. Miró con desconfianza la ropa interior y tragó saliva. Con la mano temblorosa y rezando a todos los dioses que conocía, se bajó esta hasta las rodillas y, cuando vio aquello, se puso más pálido que nunca. «¿Pe-pero qué? ¿Alguien? ¿Puede alguien explicarme qué está pasando? ¿Será algún error? ¿Algún tipo de alucinación? Sí, seguro que sí. Seguro que me lastimé los ojos, ¿por qué, si no, no veo a mi niño?» 

Antes de volver a mirar abajo, tomó aire reuniendo el valor necesario para hacerlo y, en cuanto miró, el mundo se le vino encima; no se acababa de creer que su compañero más fiel lo había abandonado. Si alguien le llegase a hablar en ese instante, de seguro que lo mandaría a la mierda. Y es que, en realidad, ahora ya todo daba igual. «¡Que le jodan al mundo! ¡Mi niño me abandonó!»

En realidad era consciente de que, tras una tragedia de tal calibre, era imposible que saliese ileso. Sería demasiado raro que no le faltase nada, pero, joder, preferiría mil veces despertar sin un brazo o una pierna, pero no sin el tesoro más valioso de todo hombre. A nadie le haría gracia averiguar que su pajarito se fue dejando tras sí solo huevos rotos.

En ese instante se dio cuenta de que algo no iba bien; la idea, cual relámpago, iluminó su mente. Dirigió las manos temblorosas, rezando por que no sea verdad, hacia sus partes íntimas y, en cuanto las tocó, retiró las manos de golpe. Su corazón latía frenéticamente mientras observaba horrorizado sus delicadas, blancas piernas que, tal y como lo hicieron sus brazos, encogieron.

Piernas delgadas y sin vello, pelo largo, pechos grandes, manos y pies pequeños… su buen amigo desapareció. Parecía una pesadilla muy realista. Demasiado realista para su gusto.

Cogió aire, cerró los ojos y repitió, no sin esfuerzo, lo siguiente: «Esto no es real. Esto no es real. Esto no es real». Pero, para cuando abrió los ojos, su hechizo no hizo efecto; Su busto estaba igual de redondo y su pene seguía perdido en un lugar muy lejano.

«Bueno, la vida no es fácil supongo» pensó con toda la calma del mundo para, segundos después, empezar a gritar a todo pulmón.

—¡Un espejo! ¡Necesito un espejo! ¡Ya! —Aunque su grito fuese desesperado y tosco, la voz que salió era terriblemente frágil y aguda, lo cual provocó que todo su cuerpo temblase. 

«Si el mundo no se ha vuelto loco, entonces lo hice yo» pensó, y escuchó los pasos rápidos de la enfermera. 

La mujer, pese a que pensó que la solicitud de la joven era de lo más extraña, se molestó en buscar un espejo. «Probablemente» pensó, «teme haber acabado desfigurada.» Parecía haberse encontrado la excusa perfecta para no hacer preguntas.

—Señora An—dijo en tono suave, reconfortante, al tiempo que le daba el espejo—. No se preocupe, su cara no sufrió daño alguno; sigue igual de hermosa.

Tras escuchar eso, Su Jian tuvo más ganas de llorar; no le ayudaron en absoluto sus palabras. Así, temblando, giró lentamente el espejo hacia su propia cara y, en el instante en que lo hizo, se puso rígido. 

En realidad, objetivamente, la cara que reflejaba el espejo era realmente hermosa; ojos grandes, pestañas largas, cara ovalada, boca diminuta y, lo más bello de todo eso, la blanca y delicada piel. Era ese tipo de belleza natural que era tan extraña en la época actual en la que estaba a la orden del día la cirugía plástica. El rostro reflejado era exactamente el tipo de belleza inocente que tanto gustaba. En circunstancias normales, habría levantado el puño con entusiasmo y gritaría «¡Qué lindo!» pero es que ahora esa cara era la suya. El espejo se deslizó lentamente de su mano.

—Señora An, ¿qué ocurre?—preguntó con ansiedad al ver su expresión.

—¿Quién soy?—murmuró mientras giraba la cabeza hacia la enfermera.

—Usted es la señora An. Tuvo un accidente de tráfico y se fracturó la pierna derecha, pero por eso no tiene que preocuparse, pues ya se realizó la cirugía. Solo necesita descansar, se recuperará por completo sin efectos secundarios—explicó la mujer con expresión preocupada.

—¿Mi apellido es An? —Su expresión se ensombreció.

—No, no, su apellido no es An. An es el apellido de su esposo—explicó con mucha paciencia. 

Su Jin, a su vez, cuando escuchó la palabra «esposo», no pudo evitar estremecerse. 

—Entonces, ¿cuál es mi apellido?

—Su apellido es Su y su nombre Jian. Su Jian. Señora An, ¿no se encuentra bien? —La mujer comenzó a sentir de que algo no iba bien.

«¿Que si estoy bien? ¡No!, ¡no estoy bien!, ¡no estoy nada bien! ¡Soy un hombre! ¡Soy un machote y, aún así, me duele el pecho! ¿Qué cojones es todo esto? ¿Quién coño es ese puto «esposo»?» 

Trató de reprimir su tristeza, esbozando una amplia sonrisa. Aunque salió tan forzada que daba mucha más pena que si se pusiera a llorar. 

—Por… por lo visto no puedo recordar nada.

—No se preocupe, llamaré al doctor—dijo con nerviosismo; la situación la había sobresaltado mucho.

«¿De qué serviría llamar a nadie?» pensó con tristeza. «¿Acaso podría arreglar algo? Ja, un hombre completamente varonil se convirtió en una frágil jovencita. ¿No debería ser algo que pueda arreglar solo Dios? Dios, Alá, Tathagata, Buda… Como quiera que se llame».  

Cuando vio que la mujer se fue hacia la puerta, Jian abrazó las sábanas en silencio; necesitaba tiempo para asimilar la información.

—¿Qué ocurre? —Pudo distinguir una profunda voz masculina desde la puerta.

—¡Oh! Señor An, qué alivio que ya está aquí. Su esposa dijo que no recuerda nada—dijo apresuradamente.

«¿Señor An?» Su Jian se sobresaltó en cuanto escuchó el nombre y alzó la cabeza. Hace unos minutos, la enfermera le dijo que el apellido de su marido es precisamente An. ¿No significará entonces que el hombre que acababa de venir era el «amor» de este cuerpo?

El hombre frunció el ceño cuando escuchó lo que le dijo la enfermera y miró hacia Su Jian. En cuanto sus miradas se cruzaron, Jian no pudo evitar inhalar bruscamente, al tiempo que lo miraba con los ojos abiertos de par en par.

El hombre era guapo. Muy guapo. Cuando lo miraba, solo le venía la asociación de uno de esos gigoló que cobraba por segundo. A decir la verdad, Su era un perdedor y despreciaba a los hombres altos, ricos y guapos, pero esa no era la razón por la que se había sorprendido. 

Lo miraba fijamente mientras su corazón se llenaba de ira. Rezaba que alguien le dijese que no era más que una mala broma, o un simple sueño. Un sueño… Una pesadilla más bien; no bastaba con vivir la aterradora experiencia de despertar como una mujer, sino que también su esposo era el archienemigo de Su Jian. Su esposo era el epítome del mal y su rival de amor, An Yize.

*Créditos*

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