Competir con la protagonisma es una muerte segura
Bai Xiangxiu tenía el ceño fruncido. Nunca había sido buena relacionándose con los demás, pero jamás trataría tan mal a nadie. Sin importar los motivos, alguien tan ruin no podría ser amado. Apartó la mirada y se topó con los ojos del príncipe, ¡la estaba mirando fijamente!
Se asustó tanto que poco le faltó para caerse de la silla. Sin pensar apartó la vista y se concentró en sus piernas, ya no tuvo valor para mirar a nadie más. Cuando las residentes de los jardines de Primavera y Otoño entregaron sus regalos, observó de reojo al personaje secundario, Song Jiaoyue.
Realmente destacaba, tanto su apariencia como su estatus social eran óptimos, sin mencionar que era un hombre fiel. Esperaba que pudiera salvarla de ese trágico destino que se avecinaba, pero le asaltaban las dudas, ¿le interesaría su regalo?, ¿podría superar, aunque fuera un poco, a la protagonista?
Se desanimó al recordar cómo, en la historia, esa mujer captó la atención de ambos hombres sin siquiera aparecer en la sala. Tal vez competir con ella no fuera la solución.
—Señorita Xiu, es su turno. Señorita Xiu… —Estaba bien hasta hacía un minuto, ¿por qué se distrajo de nuevo? Xiaoshi comenzó a sudar y terminó propinándole un contundente golpe.
Bai Xiangxiu se desveló con el impacto. «¿Por qué me empujó esa niña con tanta fuerza?» se fijó en que Xiaoshi señalaba con el mentón a la señora, y se percató de su descuido, «¿Cómo me he podido abstraer tanto? muy bien, es mi turno».
Había preparado un educado y elegante discurso para el momento, pero al verse en la situación real, se quedó en blanco.
—Le deseo a la señora fortuna tan grande como los vastos mares de occidente, y una longevidad mayor que las eternas montañas del sur. —Lo único que pudo tartamudear fueron esas trilladas palabras. «He fallado, ahora Song no me dedicará ni una mirada, ¿qué voy a hacer?» Tenía ganas de llorar.
Bai tenía por costumbre agachar la cabeza y juguetear con sus manos cuando estaba nerviosa. En ese momento tenía un pañuelo en las manos, que estuvo retorciendo y apretando mientras se inclinaba en una torpe reverencia ante la señora.
Sin embargo, su timidez y nerviosismo junto a su belleza natural, ofrecía una imagen enternecedora para los presentes.
Los dedos de la señora temblaron; esa mujer era demasiado bella, ni siquiera ella podía soportar verla padecer así. Frunció el ceño y se fijó en su hijo; la alivió sobremanera ver que no había cambiado su expresión. Realmente se parecía a su padre, se había convertido en un hombre que no caería ante los encantos de una mujer.
—Recibí tu afecto. —Tras esas palabras, Bai se atrevió a enderezarse.
—Esta humilde concubina ha preparado un regalo para la señora. Xiaoshi, ¡que traigan mi presente!
«¿Traerlo?».
Song Jiaoyue se interesó. «Los demás presentaron sus regalos o los entregaron directamente en mano. ¿Por qué necesita que trajeran el suyo?» Esa concubina, en cierto modo, era divertida. Su poesía fue tan interesante como lo era su personalidad. Apartó a un lado su taza de té con una leve sonrisa, esperando con interés ver qué nueva sorpresa ofrecería esa mujer.
Long Heng, por su parte, se acordó de aquella raíz, «no se le ocurrirá traer esa deforme cepa y entregarla ante toda esta gente, ¿verdad?». Empezó a preocuparse y a pensar en formas de salvarla si ocurría lo peor.
Mientras la curiosidad reinaba en la sala, los sirvientes trajeron un objeto enorme, cubierto con una tela de seda roja, que despertó el interés de la señora. Por norma, las doncellas y esposas le regalaban bordados de clásicos confucianos, pinturas o caligrafía. ¿Qué sería lo que ocultaba la seda?
Bai se acercó a su creación para retirar ella misma la tela. Como artesana, no le gustaba mucho ser el centro de atención, pero le encantaba ver cómo otros disfrutaban contemplando su arte; así que, en cuanto apareció a la vista de todos una mesita de té, se hizo a un lado.
—Es… —Los ojos de la señora se iluminaron. Le encantaba el té, y más aún los juegos de té bien trabajados y las mesitas de té. Se consideraba una buena conocedora del tema, pero era la primera vez en su vida que veía una mesita tan peculiar. A simple vista, pudo apreciar que se talló a partir de la raíz de un árbol. Su base constaba de tres patas de rara forma, pero elegantes, y la superficie era, a su vez, lisa y brillante. Aunque no formaba un círculo perfecto, la forma en que estaba tallada recordaba al carácter de longevidad: shou (壽). Eso ya, de por sí, era maravilloso, pero había más; alrededor del carácter, talló una grulla que portaba a su espalda, el melocotón de la longevidad. Toda la mesa era una magnífica obra de arte, que complacía tanto a la vista, como a la mente del observador sin perder su valor práctico.
La señora ya se veía sirviendo el té a los invitados en ella y sus caras de asombro y celos ante tan elaborada adquisición. Nunca imaginó que esa muchacha pudiera ser tan considerada con su presente, dejaba claro que quería agradarle. Observó a la joven esperando ver a una niña orgullosa de su acierto con el regalo, pero más bien se encontró a un cervatillo asustado y ansioso por desaparecer de escena.
«No es sólo eso, ¡mira sus manos!». La señora tenía buen ojo, y cuando vio sus dedos, frunció el ceño.
—Has entregado tu corazón en esta obra, pero eres una doncella. No debes lastimar tus manos tan a la ligera. ¡Sirvientes, denle a Bai Xiangxiu un ungüento refrescante!
—Claro—respondió la anciana criada.
Bai Xiangxiu se sentía intimidada ante su presencia, pero que descubriera esas heridas la desconcertó y atemorizó aún más. Ocultó apresuradamente las manos y trató de actuar como una frágil flor1.
—Esta concubina no está herida de gravedad.
Tras leer la novela, conocía perfectamente los gustos de la señora, debía ser obediente, gentil y agradable, no podía mostrar ambición o rebeldía si quería dejar una buena impresión. Esa mujer la aterraba y necesitaba contentarla, así que a pesar de la ansiedad interpretó su papel tan bien como supo.
Aprovechó la ocasión para observar furtivamente a Song, pero era difícil atraer su atención, seguía mirando con detenimiento la mesita de té. «¡Deberías estar mirando al creador! ¡A mí! Hice esto para captar tu interés…» pero Song, no la miró en ningún momento. De hecho, para apreciar mejor la mesa, se levantó y se acercó a ella y soltó una exclamación de sorpresa al hacerlo.
—¿Qué ocurre?—preguntó Heng. «¿No le gusta el regalo?». Él mismo pensaba que era bastante bueno, aunque ya le pareció bien el simple hecho de que no fuera una tosca raíz de árbol, como temía.
—Los caracteres son diminutos. ¿Cómo los creaste? —Señaló a las alas de la grulla, mientras miraba a Bai.
Estaba encantada de haber conseguido que la viera, pero no en ese sentido. Quería difundir el mensaje que plasmó en el poema, y que él lo escuchara. ¿Por qué entonces se preocupa por la técnica más que por el mensaje en sí? Una simple pregunta técnica, era una pena que su esfuerzo sólo llegara hasta ahí.
Sabía que Song se enamoró de la protagonista por su inteligencia y creatividad, además de su inocencia que la hacía ver como una auténtica frágil flor.
—Lo tallé con una aguja—le contestó en un tono suave y dulce.
«¿Aguja?» Jiaoyue miró las manos de la muchacha; se esforzó tanto para la fiesta de la señora. Le dio la sensación de que esperaba captar la atención del Príncipe Li con ese regalo. Song ya había sido testigo de las artimañas femeninas en una casa, así que sonrió y no dijo nada más.

*Créditos*
Comentarios recientes