Mirando aturdida a Song
La consorte que huyó del Lord tenía varios personajes secundarios, ya que en sus huidas, la protagonista se topaba con varias personas por las calles de la ciudad. El único con quien no se encontró, en sus aventuras, fue el principal personaje secundario, la personificación de la generosidad, Song Jiaoyue. Su personalidad le hacía justicia a su nombre: una brillante y noble luna. Por desgracia, acababa completamente solo al final de la novela.
No sólo era el primogénito del gran erudito Song, sino también la única descendencia de la primera princesa. En el quincuagésimo tercer año del ciclo sexagenario, obtuvo el título de primer erudito1 y, como resultado, todos comenzaron a llamarlo señor Jiaoyue. El único personaje de la historia cuyo estatus era equiparable al del protagonista, pero lamentablemente, jamás trajo a una dama a casa.
Cuanto más lo miraba, más le imponía; ese fue el hombre que amenazó a la Bai Xiangxiu original en cuanto descubrió que estaba tramando algo contra la protagonista. Evidentemente, eso todavía no había ocurrido, y su única interacción era el momento presente.
—Lo, lo siento mucho— tosió— estaba en las nubes—«¡Qué vergüenza! ¿Cuándo aprendería a controlarme? ¿Y si me tomó por una de esas imbéciles enamoradizas?»
A Song Jiaoyue no le molestó su reacción, le pareció de lo más común. Sin embargo, Bai en ese momento, estaba más preocupada por encontrar a la persona que imploraba ayuda.
En ese momento se percató de que tras los pies de Song, había un trozo de tela, que envolvía un extraño objeto negro con espinas. Su corazón se aceleró y empujó suavemente al hombre.
—Lo siento, ¿podrías apartarte?
«¿De verdad vi lo que vi? ¿Podría ser un…?»
Song Jiaoyue, esperaba que actuase tímida, pero que lo empujara le descolocó. Es más, se arrodilló para examinar una pila de tela, ahí las comisuras de sus labios se crisparon, «¿desde cuándo importaba menos que un montón de trapos sucios?» Iba a irse, pero las disparatadas acciones de la muchacha llamaron su atención; no tenía ni idea de porqué, pero quería quedarse para ver qué era lo que estaba haciendo.
Y efectivamente, cogió, con mucho cuidado, el montón de trapos, y exclamó risueña:
—¡Lo he encontrado! Dios, ya no esperaba encontrarlo,— fue a coger aquello que cubría la tela y se levantó con un grito.
Song Jiaoyue no pudo evitar fruncir el ceño; era evidente que, lo que fuera que tomó la muchacha, tenía espinas, y aún sabiendo eso, trató de agarrarlo. «Demasiado descuidada, te pinchaste las manos, ¿eh?». La joven, inmóvil, miraba ansiosa la sangre caer sin intentar siquiera detenerla.
—Señorita, ¿está bien? ¿es seria la herida?—Intentaba ser amable, pero lo único que consiguió fue asustarla. Dio un par de pasos atrás al oír su voz, ya no quedaba rastro de su alegría.
—Estoy bien—, respondió negando con la cabeza.
—Esa cosa está llena de espinas, será mejor que lo dejes ahí—le advirtió cuando vio su intención de tomarlo de nuevo.
Esta vez, la muchacha recogió el objeto sin desenvolverlo y, a pesar de su ensombrecido humor, le dio las gracias.
—¿A quién le pertenece esto? Quiero comprarlo.
A Jiaoyue le entraron ganas de reír; era evidente que se trataba de basura, y esa joven era demasiado honrada. Sin embargo, le preocupaba su bienestar, no parecía muy cauta.
Lo más probable era que una caravana de comerciantes proveniente del desierto lo tirase; usaban partes de las plantas que crecían allí para aliviar las quemaduras del sol, y seguro que en cuanto dejaron de necesitarla la desecharon. Y allí se quedó hasta que ella la encontró.
Song reunió información preguntando, discretamente a los viandantes mientras la chica le seguía sin mediar palabra. En cuanto quedó claro que a nadie le importaba el objeto, ella sencillamente lo cogió y se marchó sin más.
Jiaoyue se frotó la cara, desconcertado. Siempre había creído que era más que bienvenido allá donde fuese, pero acababa de perder ante una planta fea y puntiaguda; no pudo contener una risilla. Se ve que en este mundo realmente existían mujeres indiferentes a la belleza, el poder y la influencia. «¿Pero qué desearía entonces?»
La joven, a la que juzgó tan a la ligera, en realidad era bastante sencilla. Soñaba con historias de príncipes encantadores que rescataban doncellas en apuros, pero era consciente de que no eran más que eso, cuentos de hadas. Su prioridad era regresar a casa, a su mundo, pero tras pincharse con el cactus sin resultados se dio cuenta de que no lo lograría en breve.
El miedo y la rabia la cegaron, y no fue capaz de pensar en nada.
Con mucho cuidado se llevó la planta consigo hasta dónde Sun Si’Er había aparcado su carreta y se sentó a esperarlo. No hablaron, ni cuando se metió en la enorme cesta, ni durante el camino a la residencia. Por otro lado, su ayuda permitió que todo fuera como la seda y para cuando los sirvientes de la anciana llegaron a inspeccionar, la joven ya estaba en el Jardín Invernal.
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Su sirvienta, por otro lado, estaba al borde del llanto, mientras la ayudaba a vestirse y peinarse. Y no pudo evitar alarmarse al ver la extraña planta que trajo consigo su ama.
—Búscame una maceta. Tengo que plantarlo bien—. Le costó demasiado encontrar el cactus, incluso si un pinchazo suyo no la enviaba a casa, quería cuidarlo.
A Xiaoshi no le quedó más remedio que cumplir su encargo, y luego observó como su dueña trasplantaba el cactus con sumo cuidado, usando unos palillos, y cómo lo regaba antes de dejarlo frente a la ventana. Cuando terminó, se quedó observándolo ensimismada.
—¡Ah, señorita Xiu! ¡Su mano!— «¿Por qué tiene tantos arañazos?». Buscó, rápidamente un bálsamo, y se lo untó en las heridas, al tiempo que la reprendía—señorita, ¡no cuida nada de sí misma!— «Sus pequeñas manos son tan tiernas y delicadas, pero a ella ¡ni siquiera le importa que le queden marcas!»
—No te preocupes, de verdad. No me duele— Estaba muy acostumbrada a pincharse mientras cuidaba de sus plantas en casa.
Xiaoshi confundió su despreocupación con infelicidad. Sabía que el señor estaba muy ocupado desde que volvió, y no visitó a ninguna de sus concubinas. Su ama poseía tal belleza, pero había sido relegada al olvido, y esa idea la hacía rabiar.
Entretanto, Bai Xiangxiu estaba completamente absorta pensando en su futuro. «Ahora que el cactus había fallado, ¿qué debería hacer?»
—Gracias.
—De nada—Bai respondió por reflejo.
—¿De nada? señorita Xiu, ¿de qué está hablando?
—¿No dijiste gracias?—preguntó. Estaba completamente segura de haber oído algo y, por descarte, pensó que fue la sirvienta quien habló. «¿Estoy volviendo a alucinar?»
Xiaoshi negó con la cabeza.
—Señorita Xiu, debe estar cansada después de su larga travesía. ¿Por qué no descansa?
—Sí, puede que sea bueno— A lo mejor ese era el problema. Decidió acostarse un rato y descansar, pero poco después de que lo hiciera, los sirvientes de esa anciana comenzaron a deambular de un lado para otro en grupitos de tres y cinco.
La señora no requería que las concubinas de su hijo presentaran sus respetos, o danzaran cada vez que iban, pero aún así las quería tener a todas controladas; así que enviaba esas patrullas a las respectivas residencias.
Los sirvientes de la anciana la servían desde su juventud, y todos ellos eran competentes, astutos y experimentados. Siempre que aparecían, se sentaban a conversar con las concubinas, preguntando por su comodidad antes de irse. Eran muy educados, pero en realidad no eran más que espías; de modo que era contraproducente quejarse por falta de ropa o comida, no ayudaban sino que apuñalaban por la espalda al reclamante.

*Créditos*
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