No puedes escapar de tu suegra
Xiaoshi había explicado a todos los interesados, que su ama no se sentía bien, y estaba durmiendo; así que los sirvientes de la anciana, sin tener mucho más que hacer, se retiraron pronto. Sin embargo, una hora más tarde, vino un mensajero con una citación para la señorita Bai Xiangxiu. Por lo visto, la señora y el señor estaban en el patio, con asuntos importantes que tratar con ella; así que, por más que no quisiera hacerlo, Xiaoshi no tuvo más remedio que despertar a su dueña, quien se vistió, ensimismada.
—Es bastante tarde, ¿qué querrán a estas horas?—susurró Bai curiosa.
—Se ve que alguien tiene problemas bastante graves—respondió en el mismo tono, Xiaoshi—. No estoy segura, pero lo averiguará pronto.
La idea de estar a punto de ver al protagonista con sus propios ojos la incomodaba, pero, por desgracia, no podría evitarlo para siempre, ya que vivían bajo el mismo techo. En realidad, que se interasara en ella, era poco probable dado su gran ego.
Cuando la protagonista huyó para evitar el matrimonio arreglado, sólo se centró en traerla de vuelta, y nunca mostró interés en sus concubinas. Siendo realistas, lo más probable era que ni se dignase a mirarla, pero contra más lo pensaba más despertaba su curiosidad. De hecho, tuvo una buena impresión del personaje cuando leyó la novela; de no ser así, no la habría terminado. Y ahora que estaba metida de lleno en la historia, sería un desperdicio desaprovechar esa oportunidad.
Bai dejó que su sirvienta la peinara y vistiera, para luego salir juntas, calmadamente, hacia el salón principal, donde la señora gestionaba todos sus asuntos. Según la historia, las concubinas se habían casado todas por ley, pero el protagonista acababa de regresar de la guerra al mismo tiempo que ellas se mudaban a su nuevo hogar; así que no habían tenido tiempo para acomodarse. En teoría, cada concubina debía tener un par de sirvientas, la principal y otra de apoyo, pero la señorita Xiu sólo disponía de una por ser la recién llegada.
En cuanto a los palanquines y demás privilegios, la señora era el única que podía disfrutarlos; las concubinas sólo podían confiar en sus propios pies, así pues Bai fue paseando hacia el salón, admirando el maravilloso paisaje. La joven quedó encandilada; la belleza del mundo moderno no podía compararse a la maravilla que tenía ante sus ojos. Ralentizó el paso para gozar unos instantes más de la vista, pero Xiaoshi empezó a apresurarla, inquieta.
—Señorita Xiu, no podemos hacer esperar a la señora. Por favor, dése prisa.
Xiangxiu no pudo discutírselo; realmente debía aligerar el paso. De modo que se levantó las faldas con una mano y comenzó a andar más rápido. Para Bai ese atuendo era demasiado largo e incómodo, pero Xiaoshi, al darse cuenta de su desvergonzado gesto, entró en pánico.
—¡Bájela! Por favor, bájela. ¡Es demasiado indiscreto, señorita!— Su ama se volvía más y más informal con cada día que pasaba, y no sólo en el habla, sino también en su comportamiento.
—Quieres que sea elegante y, al mismo tiempo, que camine rápido—. Frunció el ceño—. ¿Por qué, entonces, no me pones ruedas en las piernas? así podría ser rápida sin necesidad de levantar las faldas.
—Señorita Xiu, está diciendo cosas raras otra vez. ¿Por qué alguien querría ponerse ruedas en las piernas?— respondió con paciencia, al tiempo que sujetaba a su ama del brazo, para que no se cayera si volvía a pisar mal. En ese par de días, había tropezado varias veces con su propio vestido.
—¡Ay!—Por poco se volvió a caer, pero, por suerte, su sirvienta lo impidió—. ¡Quien fuera que inventó las faldas largas, lo único que pretendía era arruinar la vida de las mujeres!— No pudo evitar comentarlo enfadada—. Deberían azotarlo cien veces. ¡Dios, azotad su cadáver cien veces!— «Cualquiera podía tropezar y matarse, ¿vale? Si Xiaoshi no me estuviera sujetando, ya me habría partido la cara contra el suelo».
—Oh, señorita, hable con cautela. Su sirvienta está aquí para ayudarla. Andemos despacio—. Xiaoshi se sintió impotente ante el impredecible temperamento de su ama. Sólo le restaba persuadirla lentamente, y Xiangxiu no tuvo más remedio que hacerle caso. Al fin y al cabo, era mejor seguir el dicho: cuando estés en Roma, haz lo que hagan los romanos. «¡Qué fastidio!».
Pasaron cinco hombres, a paso rápido, que entraron para protegerse de la lluvia. El grupo lo formaban dos señores y tres sirvientes. Son Jiaoyue se cubría la cabeza con un abanico, y sus ojos brillaban.
—Esa mujer pertenece al harén del príncipe Li, ¿no? Es bastante… agresiva—. «Y también quiso azotar cien veces un cadáver. Jadeaba ya por una simple caminata; es imposible que tuviera la fuerza necesaria ni para levantar el látigo».
Long Heng, también conocido como príncipe Li, tenía una expresión fría en el rostro que, a pesar de su belleza, le fue imposible ocultar, además de que el comentario de Song lo avergonzó.
—Siento mucho que tuvieras que presenciar eso—. Aunque fueran amigos, la escena que acaban de ver hirió su orgullo. «No era más que una concubina, ¿en qué estaba pensando? ¿Azotar un cadáver? ¿En serio?» Enarcó una ceja mientras se dirigía a su sirviente—. ¿De qué residencia es?
—Era la señorita Xiu, del Jardín Invernal. Su familia es una familia… erudita—. El sirviente tenía la sensación de estarse equivocando en algo, ¿cómo podría una señorita proveniente de una familia así hacer semejantes comentarios? Era algo incomprensible.
Long Heng no hizo ningún comentario al respecto, se alejó un poco e hizo un gesto con la mano para captar la atención de su amigo.
Ambos se consideraban leyendas vivas, tanto en temas civiles como bélicos, además eran buenos amigos, así que hablaban entre ellos sin formalidades.
—Tengo asuntos familiares pendientes, así que, por favor, sabio ve al pabellón y descansa un poco.
—Bien, pero hoy me invitas a unos tragos—. Long Heng asintió antes de irse.
Cuando llegó, todos estaban ya reunidos en la sala. Miró de soslayo, a la mujer que vio antes, la señorita Xiu. Quien tenía tan baja la cabeza que era imposible que la bajara más. Parecía una persona muy inocente y honesta y, si no hubiera presenciado la escena de hace unos minutos, se habría enamorado de su apariencia angelical. A pesar de que todas sus mujeres eran hermosas, ninguna se podía comparar con ella. Sin embargo, ¡era un completo desastre! y estaba seguro que el tiempo le daría la razón.
—Madre—. La saludó, en cuanto apartó la mirada de su concubina.
Se sentó a su lado y miró, con frialdad, a la mujer que estaba arrodillada delante de él.
Bai Xiangxui no tenía ni la más remota idea de lo que estaba pasando, pero no pudo evitar mirar al protagonista cuando nadie le prestaba la más mínima atención. «¡Wow!». Lo cierto es que era la combinación perfecta entre riqueza, belleza e indiferencia. Llevaba una vestimenta negra con un brocado bordado, que le favorecía mucho. Aunque vistiera bien, no era para nada afeminado, es más, tenía el aura de un guerrero y era realmente genial. Una pena que fuera tan frío y distante.
También se fijó en la señora. A sus cuarenta, se caracterizaba por sus expresiones frías, y ambos, madre e hijo, parecían un par de icebergs. Estando los dos en la misma habitación, la temperatura decaía considerablemente; daba la sensación de que alguien se dejó el aire acondicionado encendido a la altura de sus pies. La joven se estremeció y volvió a bajar la mirada; no se atrevía a levantarla de nuevo.
Aunque el hombre fuera talentoso y genial, con ese halo de protagonista, ella no se atrevía a esperar nada de él. Le aterraba morir apalizada.
—Estoy segura de que todos conocéis a esta mujer—. La sirvienta de la anciana, que se encontraba al lado de su maestra, comenzó a hablar—. El comportamiento de Xi Er fue impecable mientras sirvió a la señora, y por eso se convirtió en la criada del señor. Sin embargo, esta mujerzuela tenía motivos ocultos; se atrevió a manipular su incienso. ¿Quién os creéis que es el señor? ¡Se debate entre la vida y la muerte cuando parte al campo de batalla! ¿¡Creéis que se le puede engañar con un truco barato!?
—Señora, Su Majestad—. La condenada se dirigió a madre e hijo—. ¡Su sirvienta jamás volverá a atreverse a hacer nada parecido! ¡Por favor, perdónenme!— Xi Er realmente estaba enamorada del príncipe. «¿Quién, en su sano juicio, no lo estaría?» Manipuló el incienso porque quería ser la primera con quien se acostara, y ganarse así su favor. Sin embargo, el cambio fue notado de inmediato y la arrestaron para exponer su caso ante la señora. Se suponía que debía ser un asunto privado, pero pensaron que serviría de ejemplo para el resto. Era evidente que sus posibilidades de sobrevivir no hacían más que decaer a cada segundo que pasaba, pero, al menos, debía intentarlo. Hizo varias reverencias profundas, tocando el suelo con su frente con tanta fuerza, que ya estaba sangrando.

*Créditos*
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