Condenada a ser carne de cañón – Capítulo 6

Tortura; golpeada hasta morir

Bai Xiangxiu sintió que la situación le sonaba familiar, aunque todo pasaba tan rápido que no pensaba con claridad, y para cuando trató de reflexionar sobre ello, la señora sentenció en tono glacial:

—Mi hijo arriesgó su vida por este país, ¿y ahora al volver, tiene que soportar conspiraciones dentro de su propia casa? ¡Inaceptable! Sirvientes, ¡golpeadla hasta morir!

—Señora, por favor, ¡perdóneme la vida! ¡Perdóneme!—Nadie la iba a escuchar.

Un par de sirvientes bajos y fornidos se acercaron de inmediato y la sujetaron, mientras otros dos hombres aparecían, cada uno con una gruesa barra en la mano. Miraron, con un resquicio de duda a la señora, esperando su confirmación.

—Nadie tiene derecho a apartar la mirada—aseveró—. Quiero que todos seáis testigos de la pena por traición. ¡Comenzad!— Y a la orden de la matriarca, el peso de las barras recayó sobre la joven, una y otra vez. Los gritos agónicos de la muchacha resonaban en la sala mientras el charco de sangre a sus pies crecía.

La mente de Bai Xiangxiu estaba en blanco; ante sí, se desarrollaba la escena que más temía. Jamás pensó que sería testigo de tal acto de tortura medieval, clásico en la antigua china, al poco de su llegada. Una vida se apagaba ante sus ojos, pero no era capaz de intervenir. Ni siquiera pudo apartar la vista ni acallar sus gritos de dolor. «Aunque fuera culpable, podrían simplemente desterrarla o encarcelarla. Este tipo de castigo, me produce náuseas». Lo peor de todo fue que la señora y el príncipe Li,  estaban tranquilamente sentados tomando el té, observando. Definitivamente, en esa sociedad imperaba la ley de la selva; comer o ser comido, y ella no pertenecía a ese mundo.

Cuando terminó, Bai Xiangxiu no supo ni cómo logró salir; la mayoría de las mujeres o bien se desmayaron, o se quedaron vomitando. Ella fue la única que pudo partir andando, incluso sujetaba a Xiaoshi quien, en ese momento, formaba parte del segundo grupo.

La sirvienta se sintió mucho mejor después de echarlo todo, pero no pudo evitar pensar que algo iba mal, por en el comportamiento de su ama. El resto de las mujeres se llevaron un susto de muerte, pero ella pareció perder el alma. Siguió andando hacia delante, pero ese no era el camino hacia el Jardín Invernal.

Bai Xiangxiu no era consciente de lo que estaba pasando, sólo se percató de que, por alguna razón, el suelo se acercaba. Por suerte, un brazo la atrapó a tiempo. El calor de ese desconocido logró apaciguar, por un momento, a su afligido corazón. Alzó levemente la cabeza, y observó el níveo brocado que llevaba el hombre. Su única reacción fue un simple; Gracias que pronunció casi sin pensar.

En el momento en que la tocó, se dio cuenta; ¡su temperatura no era normal! Esa joven que no paraba de tambalearse, estaba helada y su cara había perdido todo el color. Ni siquiera parecía viva. Le dio la impresión de que si la dejaba caer sería su fin, sin embargo esa desolada y solitaria figura le resultaba familiar. «Sobre todo su voz». Tuvo una corazonada, y todo pareció encajar: «¿Así que eras tú, eh?».  

Pero por desgracia, ella no se dio cuenta de ello y siguió caminando, con Xiaoshi a su lado, guiándola hacia el Jardín Invernal.

En cuanto Bai Xiangxiu regresó a su residencia, cayó gravemente enferma; empezó a alucinar, hasta el punto de tener visiones de su mundo. Vio su cuerpo inconsciente en una ambulancia de camino al hospital; y al poco estaba de nuevo en su cuerpo, rodeada de médicos y sus padres sosteniéndole la mano. Se les veía agotados, y faltos de descanso, a juzgar por las marcadas ojeras. Les sonrió, y trató de tranquilizarles: «Estoy bien. No os preocupéis. Realmente estoy bien». El horrible incidente no fue más que una odiosa pesadilla. No quería aceptar esa realidad.

Sus padres, aliviados, gritaron: «¡Doctor, venga! ¡Mi hija se ha despertado!» Pero para cuando el hombre llegó, volvió a su endemoniado y realista sueño.

La señora sermoneó a su hijo tras el incidente, para que no se volviera a repetir.  Tenía cuatro concubinas en casa, si simplemente se acostara con alguna de ellas, las demás mujeres no se atreverían a hacer ese tipo de actos.

Long Heng le prometió que lo haría, aunque en realidad no podía importarle menos. Así que cuando salió de la residencia de su madre, se fue directo a beber con Song Jiaoyue.

—Escuché—comenzó Song en cuanto Long se sentó—que el príncipe Li acaba de golpear hasta la muerte a una sirvienta.

—Mm—asintió. Estaba irritado por las maquinaciones de esa mujer.

—La señora sigue siendo tan contundente y resolutiva como antes, pero asusta a las bellas flores de tu jardín imperial,— le describió también su encuentro con la concubina Xiu—. No puedo creer que les permitieras presenciarlo. Deberías aprender a ser más delicado con las mujeres.

—¿Más delicado? Ningún hombre puede competir con su crueldad. Cuando estábamos en el campamento, el enemigo a menudo nos enviaba a bellas asesinas, como meras prostitutas. ¿A caso la delicadeza ayudó a aquellos hombres que murieron en sus manos? Jiaoyue, siempre has sido demasiado amable con ellas.

Heng no solía explayarse tanto, además, su tono fue tan amargo que dejó a Song sin palabras; así que alzó su copa de vino y cambió de tema.

—Dejemos de hablar de eso y bebamos—. Ambos se veían poco, así que bebieron y brindaron con ganas.

En su camino de regreso, Long Heng ya estaba algo borracho, pero teniendo en cuenta que a Song lo tuvieron que llevar hasta el carruaje, no se sintió tan mal consigo mismo.

Cuando llegó se topó con un paje que le entregó una toalla y una noticia.

—La señora ordenó que pasara la noche con alguna de sus concubinas.

Paf. Long Heng, irritado, tiró con fuerza la toalla a la mesa. ¿Pueden acaso forzar eso? Se paseaba de un lado a otro, como una bestia enjaulada, hasta que le vinieron las palabras de su buen amigo a la mente: «Bien, vayamos al Jardín Invernal».

No estaba para nada familiarizado con las residencias del castillo, es más, el otro día fue cuando escuchó por primera vez sobre la existencia del Jardín invernal. Así que el paje corrió a encender una linterna para guiarlo por el sinuoso camino. Aunque la ruta estuviera algo alejada de las principales, el paisaje lo compensaba con creces. Cuando llegaron, había un par de personas ajenas, yendo y viniendo de la residencia.

—¿Quiénes sois?—preguntó el paje—. ¿Qué hacéis en el jardín de la señorita Xiu?—«¡Es muy tarde!»

—Pertenecemos al departamento médico del complejo—respondió el hombre al que se dirigió—. La concubina Xiu enfermó, así que el médico vino a visitarla.

—¿De qué enfermedad hablas?—Long frunció el ceño. «¿Realmente está enferma, o es que no puede lidiar ni con un simple susto? ¿Y era ella la que hablaba, hace unas horas, de querer azotar un cuerpo? ¡No fue más que palabrería!».

—El doctor no ha salido todavía. Este sirviente suyo le saluda, Su Alteza—. El paje del médico acababa de darse cuenta de a quién tenía delante, y se arrodilló. Estaba demasiado oscuro como para que se percatara antes.

Long Heng iba a irse sin más, pero como dueño de la residencia, pensó que era su deber el mostrar al menos una mínima preocupación por la salud de sus habitantes; así que esperó hasta que el doctor saliera. Al salir, el hombre se hincó de rodillas frente al príncipe, tal y como lo hizo su paje, estaba nervioso; de modo que tardó en conseguir que le contara que la concubina cayó enferma a causa del miedo, pero que estaría bien tras tomar unos tranquilizantes. No tuvo el valor de mencionar, que la señorita no tenía pulso cuando él entró a sus aposentos, ya que no lograba dilucidar cómo revivió.

—Mm—respondió con indiferencia y le ordenó al paje que le llevaran a su concubina comida nutritiva. Tras eso, se encaminó a su residencia y se olvidó del asunto. Aunque la concubina Xiu poseyera un precioso rostro, nunca estuvo interesado en mujeres bellas; jamás olvidó que cuanto más bella fue la asesina, a más hombres mató.

Bai Xiangxiu despertó unos días más tarde. Escuchó una extraña voz, tan débil, que apenas se oía.

—Tengo mucha sed. Necesito beber un poco, por favor, señora. Quiero agua.

—Agua—repitió inconsciente.

—Señorita Xiu, ¡por fin despertó! Quiere agua, ¿no? Un segundo—. Xiaoshi se apresuró a servirle un vaso de agua a su ama, la levantó ligeramente y la ayudó a beber. La tensión de la chica se mantuvo hasta que la otra terminó el vaso, y entonces rompió a llorar—. ¡Ha asustado mucho a su sirvienta, señorita! ¡Pensé que iba a morir!

Bai Xianxiu se sentó y le echó un vistazo a sus aposentos; estaba claro que no había vuelto a casa.

—Dale algo de agua también—dijo cuando vio al cactus. Se había sentido muy mal estos últimos días, y no recordaba cuándo fue la última vez que lo regó.

*Créditos*

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