Una loca con talento
Aunque el otoño ya hubiera llegado, ese día hacía bastante calor. Long Heng estaba acostumbrado al calor abrasador desde hacía mucho tiempo, así que ni siquiera le prestó atención al clima.
El Jardín Invernal estaba situado en la zona más remota del palacio, y su principal habitante se había vuelto loca; no era de extrañar que nadie se acercara. Así pues, era una zona muy tranquila, en la que se podía sentir alguna que otra brisa ocasional, que rescataba al transeúnte de la sofocante temperatura.
Long Heng se acercó a la puerta y justo cuando su sirviente iba a llamar, una ráfaga de viento trajo consigo un trozo de papel escrito. Extendió la mano para cogerlo y se detuvo al oír la voz de la sirvienta.
—Señorita Xiu, una de las hojas se fue volando.
—El viento no puede entender lo que digo—le siguió una voz—. ¿Por qué entonces me roba lo que escribí? Escoria…
—Señorita Xiu, por favor, cuide su lenguaje. Iré a buscarlo—. «¿Por qué las palabras de su ama eran cada vez más y más groseras?».
—No hace falta, no es más que un trozo de papel—. Y con esa frase se hizo el silencio en la habitación.
Long Heng ya había oído suficiente. ¿Cómo era posible que alguien así estuviera demente? Detuvo a su sirviente y dio media vuelta para irse, cuando se percató de que seguía sosteniendo ese trozo de papel.
—Su Alteza, ¡este humilde sirviente lo tirará por usted!— El hombre se acercó con prisa al darse cuenta de que quería tirar la hoja que llevaba consigo.
Long Heng se lo entregó sin mayor problema, de todos modos, esa mujer había dicho que no era más que basura. Pero justo cuando su sirviente le quitó la hoja, leyó de reojo lo que había escrito: «Diez años afilando la espada, el frío del acero…». El papel desapareció de sus manos antes de terminar de leer.
—Devuélvelo—le ordenó al sirviente. Cogió el papel, lo desdobló y solo entonces consiguió distinguir unos versos escritos en él.
«Diez años afilando la espada, el frío del acero aún no probado. Hoy día, ante el señor, ¿quién tiene todavía problemas sin resolver?» La letra era hermosa y delicada, resultaba obvio que escribía una mujer. ¿Pero qué mujer sería capaz de escribir un poema tan heroico? A no ser que estuviera copiando el trabajo de otro, ¿pero quién podría ser esa persona? ¿Cómo podía una chica de una familia de eruditos conocer a una figura tan heróica?
Long Heng había estudiado artes marciales desde su juventud, y cuando se unió al ejército soñaba con esa heroicidad de cuento. Era una pena que esa sociedad, en la que le había tocado vivir, amase los versos floridos y ornamentados; tal poema, sobre frío y espadas, no había sido escrito hasta ahora. Él mismo pensaba que los hombres de verdad ya se habían extinguido y jamás imaginó que se toparía con tal prosa en semejantes circunstancias.
Le gustó mucho. Muchísimo. Pero no se le ocurría ninguna excusa para volver y preguntarle, así que decidió enviar a otros para no perder la oportunidad.
Al otro lado de la puerta, Bai Xiangxiu estaba sumida en sus pensamientos. A ella le gustaban esos versos heroicos, pero, lamentablemente, Song Jiaoyue no era de esas personas a las que les gustaría algo así. Recordó que prefería oraciones más ornamentadas, más artísticas. Si en algún momento recitaba una o dos de esas, podría llamar su atención. Sin embargo, la gente aquí evitaba ser famosa, como si fuera una enfermedad o algo. Por otro lado, si su reputación crecía tanto, ¿no llamaría la atención de varios hombres como lo hizo la protagonista?
Debía idear un plan para poder mandárselo a Song Jiaoyue sin que nadie más supiera de ello. Lo mejor sería no escribir poemas de amor. Al fin, logró escribir un par de líneas, en principio, no tenía ninguna oportunidad de dárselo, pero, afortunadamente, pronto se dió la ocasión.
El personaje secundario fue de visita con su primo pequeño que, por casualidades de la vida, acabó en el Jardín Invernal, lo que no podría alegrar más a Bai Xiangxiu. «¡Ahora o nunca! Si no consigo que se lleve algo consigo, habré desperdiciado todo el esfuerzo de estos dos últimos meses!». Al entrar, la atención del joven se dirigió hacia los bollos de azufaifo de la mesa y empezó a engullirlos uno tras otro, sin pausa.
«Pero vamos a ver, ¿no tienes en casa suficiente comida, teniendo en cuenta que eres el joven señor de la casa? ¿Por qué tienes que venir a mi hogar a arrasar mis provisiones?». Le dejó pasar cuando escuchó que alguien lo estaba llamando refiriéndose a él como «Joven señor Cui». Y aún así, a pesar de saber su identidad, estaba un poco irritada cuando vio que solo dos de sus pastelitos sobrevivieron al paso del joven, ¡y ella ni siquiera había pensado en cómo hacer que se llevara uno de sus poemas!¡Es más no estaban terminados!
—Joven señor Cui—dijo un sirviente afuera—. El señor Song pidió que volviera y no alterara el orden en el palacio del príncipe.
Ese joven señor, que no tenía más de siete años, se limpió casualmente las manos, y le respondió un «Lo sé» dignándose, por fin, a observar a la muchacha más hermosa que jamás había visto, más aún, era la dueña de esos deliciosos pastelillos. No le hacía ninguna gracia tener que volver antes de comérselos todos.
Viendo como el joven taladraba con la mirada los bollos, a Bai se le ocurrió un plan. Se apresuró a coger uno de las hojas escritas y envolvió los pasteles restantes con ella, dejando la parte escrita por fuera.
—Toma, te los puedes comer en el camino de vuelta. Usa este folio para no ensuciar tus manos.
Cuando extendió el brazo para aceptar el regalo, Bai agradeció internamente a todos los cielos.
El joven tomó el presente y aprovechó la ocasión para acariciar levemente la mano de la bella doncella. Era un niño precoz y amaba a las mujeres hermosas, así que decidió que no lavaría esa mano durante un mes bajo ninguna circunstancia. A los sirvientes les costó muchísimo sacarlo de la residencia, pero lo consiguieron y, de camino, el chico, tal y como propuso Bai, se comió el bollo.
—La comida de una joven hermosa también es deliciosa. Aunque sus plantas son algo feas. Tienen hasta espinas.
—Joven señor Cui, por aquí, por favor. Tenga cuidado de no caer—. Los sirvientes estaban al borde de un ataque de nervios. Ese niño les traería problemas, si hubiese sido algo mayor, por entrar así en el patio del príncipe, les habrían azotado hasta morir, por no vigilarlo bien.
Un par de migas cayeron de su boca mientras caminaba, así que usó el folio para quitárselas de la ropa, de forma que el poema que Bai Xiangxiu escribió con tanto esfuerzo y cuidado, acabó manchado y el folio desgarrado. Apenas quedó reconocible, sólo se distinguían un par de palabras. Cuando se acercó a Song Jiaoyue y al príncipe Li, se tiró de inmediato a los brazos de su primo con una gran sonrisa.
—Primo, primo, ¡encontré a una mujer muy bella!
—¿Dónde quedaron tus modales?—preguntó Song cuando vio su boca llena de migas.
Estiró el brazo y se la limpió con un pañuelo. El chico, desde muy pequeño estaba muy apegado a él, así que cuando le dijo que iba a ir a visitar a su amigo, se negó a quedarse en la casa. Siempre fue el revoltoso de la familia, y no paraba quieto ni un segundo.
El joven levantó los restos del dulce ante él, completando su misión gloriosamente, aunque el kid de la cuestión estuviera destrozado por completo.
—Mira, la hermosa chica me dio pastelitos para comer. ¡Están deliciosos! deberías probarlos—. Mientras hablaba, puso un trocito en los labios de Song.
Este sonrió con ironía y cogió el trocito del dulce para ponerlo de nuevo en la mesa.
—No como dulces.
—Lleven al joven señor Cui a que se lave las manos—ordenó Long.
«Viéndolo con las manos tan grasas, este pulcro amigo mío debe de estar a punto de tener una crisis nerviosa». Habiendo dado las órdenes, miró de reojo al bollo mordisqueado. Iba a ordenar que lo limpiaran, pero se detuvo al ver algunas palabras escritas debajo. Esa letra le resultaba, en cierto modo, familiar y su corazón empezó a latir con fuerza.
Song Jiaoyue también lo vio, y su rostro se congeló al igual que el del príncipe.
—Ese pequeño…Probablemente cogió la carta de alguna joven de tu patio para envolver la comida—. Iba a coger el papel para deshacerse de él, pero Long lo retuvo.
—No te ensucies las manos, los sirvientes lo limpiarán—. Por alguna razón, no quería que su amigo viera el escrito de esa mujer.
Él tampoco quería ensuciarse, así que sonrió y se sentó de nuevo, dejando caer los brazos a los lados. Mientras, un par de sirvientes se acercaron y con la ayuda de una pala pequeña, depositaron los restos en una bandeja. El bollito cayó dejando apreciar la prosa de Bai, ambos miraron el papel con interés, pero el poema estaba incompleto.
«Liviano, frío cuadro otoñal… atrapando luciérnagas. El frescor de la noche celestial… guiando la estrella del pastor tejedor». Los versos eran hermosos y refinados, pero, por desgracia, inacabados.
«Es una pena». Sintió dolor en su corazón, mientras culpaba a su descuidado primo por arruinar un poema tan bello.

*Créditos*
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