El brillante príncipe dorado
—Presidente Lu, —el dueño se sintió impotente—. En cuanto a esta situación… —Trató de buscar las palabras adecuadas, pero le resultó imposible. Simplemente no sabía cómo explicar lo sucedido.
Lu Tingxiao miró con frialdad a la gerente que tenía una expresión de clara culpabilidad. Se fijó luego en la escalera, que seguía estando debajo de la ventana. Una ventana, lo suficientemente grande como para que quepa un niño, pero no una persona mayor. El hombre, en cuestión de segundos, dedujo lo que había ocurrido en esa pequeña habitación, así que hizo un gesto echando al personal, se acercó a la mujer y la cogió en brazos. En ese preciso instante, ese aroma suave y fresco volvió a invadir todos sus sentidos, siendo, esta vez, mucho más distintivo que antes.
El niño no impidió que su padre levantara a la mujer, pero su rostro delataba una clara desaprobación y, en cierto modo, decepción; si no fuera tan pequeño, la llevaría él mismo.
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En el mejor hospital de la república popular en la ciudad B.
Para cuando Ning Xi había despertado, ya había pasado la noche. En cuanto abrió los ojos, lo primero que llamó su atención era el hombre que se encontraba sentado junto a la ventana. El joven vestía un traje hecho a medida, que acentuaba sus anchos hombros y esbelta figura. Había abotonado su camisa hasta el cuello y, pese a estar bañado por los rayos del sol matutino, parecía estar recubierto por escarcha; su actitud fría y desapasionada, se asemejaba a la de un viejo emperador.
El emperador sintió que lo observaban y la miró de vuelta; tenía la sensación de que esa mirada helada la atravesó con miles, millones de cuchillos pequeños. Parecía un bisturí que la diseccionaba poco a poco.
Aún así, Ning Xi no apartó la mirada; indispuesta a perder ante un desconocido, lo siguió observando.
—¿Señor?—preguntó con impaciencia—. ¿Le importaría contarme cómo acabé aquí? ¡Ah!, ¿no habrá visto, por casualidad, a un niño pequeño? Tenía unos cuatro o cinco años, al parecer, no le gusta mucho hablar y… —Se quedó un rato en silencio, pensando en qué más podría decir—. Parecía pálido y suave. También un tanto soso.
Soso… El hombre alzó una ceja ante tal descripción y miró hacia su derecha.
—¿Estás hablando del pequeño tesoro? —Su voz era tan fría como su apariencia. El hombre miró hacia un lado y cuando Ning Xi siguió su mirada, vio al bollito igual de suave y blanco como antes, durmiendo en una camita pequeña que estaba a su lado.
—¡Sí! ¡Es él! —Aliviada, dejó escapar un suspiro— ¿Se llama pequeño tesoro? —Se acercó al niño, para tocarle la frente; su fiebre disminuyó. Cuando le ayudó a salir del almacén, se arrepintió casi de inmediato de haberlo hecho; no era más que un niño enfermo que no tenía a nadie a su lado. ¿Qué haría si le hubiera pasado algo?— ¿Eres su…? —Se giró hacia el hombre, para volver a enfrentarlo y, en cuanto comenzó a hablar, se dio cuenta que la pregunta en sí, era estúpida; ambos, el hombre y el niño, parecían copias casi idénticas. Resultaba evidente que eran padre e hijo.
—Padre. —Aún así, el hombre terminó la oración por ella.
—Hola, belladonna. —De la nada, ante ella apareció un rostro desconocido, provocando que pegara un brinco y retrocediera del susto—. Por fin has despertado. ¡Soy el segundo tío del tesorito!
—Lu…—dijo mirando, sorprendida, al hombre que tenía delante—. ¿Lu Jingli?
Ese joven era el segundo príncipe de la corporación Lu. Era el jefe de la compañía «Glory World», pero más que por eso y su impresionante aspecto, se le conocía por ser un mujeriego de cuidado. Era un auténtico Don Juan que aparecía constantemente por los periódicos y los programas de televisión, envuelto siempre en un cúmulo de problemas y escándalos con otras celebridades. Era imposible que lo confundiera con nadie, pero si era el segundo tío del niño, y el otro hombre era su padre, entonces, ¿no será que éste último era Lu Tingxiao, el hermano mayor de Jingli?
Lu Tingxiao tenía mejor fama que su hermano. Se le conocía como el «dios de la fortuna de Jing». Siempre se le trataba como a un rey, al que lo único que le faltaba era su corona de oro, porque todo lo demás lo tenía. ¿Quién habría pensado que el niño al que salvó, sería el hijo ilegítimo de Tingxiao? La existencia de ese niño estaba envuelta en misterio y rumores. «El brillante príncipe dorado». Así lo llamaban.

*Créditos*
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