La despreocupada vida en prisión – Capítulo 3

La noble renueva la prisión

Para cuando Sykes volvió al banquete, Eliot seguía flirteando alegremente con Margaret, pero su felicidad no duraría mucho.

Todos se dirigieron hacia las mazmorras, y se quedaron sin habla en cuanto vieron lo que ocurría. Incluso Sykes, estaba estupefacto, lo que tenía delante no tenía nada que ver con la estampa de hacía media hora.

❀ ◦ ❀ ◦ ❀

La celda no era más que una gran habitación cuadrada dividida en dos, por unos barrotes de metal. La primera mitad servía para vigilar al prisionero, y los únicos muebles que había eran una sencilla mesa y un par de sillas; y también las escaleras que llevaban a palacio. Dado que las comidas de los prisioneros venían directamente de cocina, y los interrogatorios se realizaban en el cuartel, no había necesidad de unas instalaciones más complejas.
En la otra mitad residía el prisionero. El suelo y las paredes eran de piedra lisa, había un baño, una ducha y un lavamanos; todo de diseño sencillo y monocromo. El calabozo se encontraba bajo tierra, sin embargo, había un par de agujeros que servían de ventanas, proporcionando algo de luz y cierta ventilación. No obstante, era una fuente escasa de iluminación, de modo que, incluso de día, se necesitaban velas y lámparas.

La estancia de los prisioneros podía ser más o menos cómoda en función de: su estatus y su actitud. Si eran amigables y tenían poder obtendrían un trato especial, como conseguir una cama, una mesa y sillas, incluso una alfombra. Había habido casos en los que obtuvieron un tocador y una bañera.

Sin embargo, si eran desagradables con los guardias o éstos recibían órdenes de oprimirlos; dormirían sobre el frío suelo, del que también comerían y serían observados mientras se bañaran e incluso mientras defecaran.

Pero todo eso, no eran más que historias para asustar al pueblo. Nunca habían tenido motivos para encarcelar a nadie, de modo que no eran más que cuentos de niños.

En comparación con el pasado, la situación había cambiado. No apresaban a los criminales, se les conducía directamente al cuartel para interrogarlos y no darles oportunidad de escapar. Una vez sentenciados, se enviaban a la prisión de los suburbios, que era mayor y no estaba relacionada con la familia imperial.

La cárcel imperial era un recuerdo de la guerra civil, cuando las conspiraciones estaban a la orden del día. Dado que el país estaba en paz, desde hacía años, ya no era necesaria.

Por ello, Rachel Ferguson era la primera residente de esa celda en años. Realmente era un caso bastante especial; nadie habría esperado que el príncipe decidiese encarcelar a la hija del duque.

Pero, ¿realmente lo había pensado bien? No, claro que no. Solo quería denigrar a Rachel, por crear mal ambiente a su alrededor y acosar a la adorable Margaret. Jamás pasó por su mente cómo actuaría su ex-prometida. Imaginaba que, la siempre serena Rachel, acabaría desesperada tras una noche allí y le suplicaría a Margaret el perdón y la liberación. A decir verdad, después de echar a Rachel del banquete, comenzó a flirtear con Margaret y se olvidó por completo de ella, sólo se acordó cuando Sykes apareció.

No tenía ni la más remota idea de qué problema pudo haber tenido su ayudante con esa mujer, y no comprendía qué podía haber ido mal en esa situación, hasta que lo comprobó con sus propios ojos.

❀ ◦ ❀ ◦ ❀

En la celda, la hija del duque, cuyo compromiso acababan de romper, y a la que encarceló, estaba tranquilamente acomodada, relajándose, como si estuviera en su propia casa.  

El suelo, áspero y gris, estaba cubierto por una alfombra con estampado geométrico, y el baño y la ducha estaban aislados por una cortina con un diseño floral. Rachel se había cambiado de atuendo a uno más sencillo y estaba sentada en un sofá leyendo, a la luz de varias lámparas.

¿Por qué vestía diferente? y más importante aún, ¿de dónde sacó todo ese mobiliario? Era imposible, definitivamente, imposible.

Seguía siendo una celda, pero el cambio era radical. ¿No se suponía que una prisión debía ser fría e incómoda? No debería haber nada allí. ¿Por qué, cómo había pasado aquello? Ninguno de los presentes tenía una respuesta.

Mientras seguían anonadados, Rachel se percató de su presencia, se incorporó e, ignorándoles descaradamente, cogió la tetera y se sirvió una taza de té, favoreciendo que su aroma se dispersara por la mazmorra.

-Mmm… -Rachel sonrió satisfecha, al notar el delicado aroma del brebaje.

Sykes la siguió mirando, sin saber qué decir o hacer; y Eliot, a su vez, se quedó boquiabierto ante la escena, incapaz de comprender lo que estaba ocurriendo. Tras cinco largos segundos, recobró los sentidos y golpeó los barrotes airado.

—¡Serás…! ¿¡De dónde sacaste todo esto!?

Rachel lo miró incrédula; no comprendía del todo su reacción.

—Lo preparé todo por mi cuenta. No toqué el presupuesto nacional para ello, todo salió de mi bolsillo.

—¡Ese no es el problema!

—Todo lo que ve, son objetos que compré hace tiempo, así que me es imposible especificar de dónde salió cada uno de ellos.

—¡No me interesa dónde lo compraste! ¡Lo que quiero saber es cómo llegó todo esto hasta aquí! —Cuanto más hablaba, más amenazador y hostil se volvía su tono.

Rachel, sin embargo, optó por ignorar sus preguntas, carecían de sentido. Abrió una de las cajas que tenía cerca y cogió un dulce. Era una de las que dejaron allí los soldados por la mañana.

—¡Pero si…! —gritó Sykes.

—¿¡Qué!?

El guardia de la prisión comenzó a explicarle toda la situación al príncipe que, hasta el momento, no tenía ni idea de lo ocurrido. Pero, cuando al fin terminó su charla, Eliot  miraba desconcertado como su antigua prometida disfrutaba de su té con pastas.

—¿El duque predijo esto y mandó esas cajas para acomodarte?

—En realidad, lo hice yo. —Saltó Rachel.— Me estaba preparando para algo así. —En cuanto hizo su aclaración, cogió un libro, lo abrió por la página marcada y se sumergió en su lectura.

Pese a que cualquiera admitiría que Rachel Ferguson era una belleza, por alguna razón no solía destacar mucho. De hecho, incluso su prometido, a menudo olvidaba lo que le decía.

Era muy raro que sus bellos y finos labios mostraran alguna expresión, además cuando opinaba era bastante abstracta y el príncipe sólo oía lo que le convenía. Más que su prometida era su sombra; una mujer que convenientemente estaba a su lado. Las malas lenguas decían que la joven parecía una flor marchita, que no era adecuada para su alteza.

Al lado del deslumbrante príncipe, ella no destacaba; una delicada y discreta mariposa. La gente la veía como una persona muy seria que no sabía divertirse, en contraste con la personalidad sociable y desenfadada de su prometido.

Eliot creyó que Rachel no se resistió a ingresar en el calabozo, ya que era mujer, pero ahora se estaba replanteando si realmente la conocía y cómo podía ser tan libre en un lugar tan restringido.

*Créditos*

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