La noble ahuyenta al príncipe
Rachel se sentía a gusto, en su celda. Pero la presencia del príncipe no le era grata, le dirigió una gélida mirada, que lo incomodó tanto, que elevó su voz.

—¡Oye! ¡Esto es una celda! ¡No puedes acomodarte así!
—Cualquiera que resida en palacio puede hacerlo, ¿no?
—¡Esa no es una respuesta! ¡Oye! —Se dirigió al guarda—. Explícame ¿¡qué ha pasado aquí!?—exigió, dejándolo perplejo.
—A-alteza… —El hombre temblaba, acobardado ante la furia de su príncipe—. Incluso si me pregunta cómo ocurrió, no…
—¿¡Realmente crees que la envié aquí para que disfrutara de unas vacaciones!? ¡Ve y confisca todas sus pertenencias! ¡Ahora!
—Incluso si lo ordena usted, la realidad es que… —Esa era una orden que no podía cumplir—. Ha… ha cerrado la celda desde dentro.
Eliot quedó boquiabierto de nuevo y su expresión furiosa pasó a ser estúpida, frente a los ojos del guarda.
—¿Qué hacemos entonces?
El guardia no sabía qué responder, habían ido a buscar a su Alteza precisamente para que resolviera esa situación. El joven buscó a Sykes, pero este rehuyó su mirada, dejando claro que no pensaba implicarse. Como el hermano menor de la prisionera, era inteligente y tal vez podría ayudar, pero si lo involucraban, todos quedarían como incompetentes.
Eliot se revolvió el pelo, frustrado.
—¡Rompe la cadena! ¡Entraremos a la fuerza! —Le dio una patada a Sykes para que se moviera—. ¡Oye, llama a algunos guardias! ¡Y que traigan lo necesario!
—¿Eh? ¡S, sí!
Sykes corrió hacia fuera, sus pasos resonando en el calabozo; mientras Eliot se quedaba para seguir molestando a Rachel, que estaba recostada en su cojín.
—¡No creí que me desafiaras así! ¡Tus pecados no hacen más que incrementarse! Te voy a dejar sin nada, no te quedará ni una sola sábana. ¡Te quedarás sola, tiritando en la oscuridad! —Explicándole sus planes, con esa sonrisa torcida, parecía un auténtico villano.
—Hm, haz lo que quieras—. Rachel no pudo evitar sonreírle con suficiencia.
Cuando Sykes volvió con cuatro soldados, el príncipe les ordenó cortar las cadenas.
—Éste es el fin.
—Ehm, ¿quiere que cortemos esto?—gritó uno de los guardias, los otros tres tenían unas expresiones similares de desconcierto y duda.
Les habían dicho que la cadena que debían cortar tenía el grosor de un meñique, pero la realidad era muy distinta. De hecho, era tan gruesa que si uno intentaba cogerla con una mano, lo más probable era que el meñique y el pulgar ni siquiera se tocaran. El tipo de cadena que se pondría en la puerta principal de un castillo, no en la reja de una celda.
El candado también era enorme; tanto que Rachel, probablemente, no podría levantarlo sin usar ambas manos. Además, estaba al otro lado de la reja, así que no podían alcanzarlo.
—Me dijeron que íbamos a cortar unas cadenas, por lo que traje las tenazas, pero…
El caballero llevaba sus tenazas en las manos, pero no servirían para romper esas cadenas.
—Si estuviese hecho de plomo, podríamos conseguirlo. Sin embargo,
—¿¡Es inútil!?
—Está hecha de hierro. Es más, de hierro forjado. Demasiado duro, no creo que podamos ni siquiera rallarlas con esto.
Aún así lo intentaron, pero como esperaban no lograron dejarle ni una muesca.
—Es imposible.
—¿¡En serio!? ¡Tiene que haber alguna manera!
—Tengo por ahí una sierra de hierro, tal vez…
Trataron de cortar la cadena con esa nueva sierra, aunque, el resultado no fue el esperado.
—Alteza, logramos hacerle una pequeña marca.
—Hmm, tras treinta minutos de árduo trabajo, ¿sólo una mella?
Llevaría mucho tiempo poder romperla, pero no era imposible. Mientras Eliot estaba perdido en sus pensamientos, uno de los guardias le mostró la sierra, o lo que quedaba de ella.
—Se ha comido los dientes, ya no cortará más.
—¿No podemos simplemente ir cambiando sierras?
—No tenemos otra en el castillo.
El silencio reinaba en la mazmorra hasta que una risita lo rompió.
Eliot se giró y vió como los hombros de la joven se sacudían, tratando de controlar su risa y seguir leyendo. Se sonrojó y acabó pateando las rejas.
—¡Oye! ¿¡Quién crees que tiene la culpa de todo esto!?
—¿No será de su alteza? Al fin y al cabo, usted fue quien me encarceló. De no haberlo hecho, no habría este alboroto—. Cuando lo dijo, el príncipe gritó desquiciado. Técnicamente, ella tenía razón, y eso lo enloquecía.
Sintió su cara arder, se estaba mofando de él en su cara, frente a sus hombres. Esa maldita mujer… Hervía por dentro de rabia e impotencia, al comprender que su aspecto de «muñeca» no fue más que una máscara. No la soportaba más, le había engañado durante demasiado tiempo.
—¡Que alguien me traiga una lanza! ¡Se acabó, saldrás por las malas!
—¿¡Su, su alteza!? —Sykes y todos los guardias presentes allí se quedaron desconcertados.
—No voy a matarla, le haré algún cortecito que la obligue a salir.
—Eso, técnicamente podría funcionar, pero… — Los caballeros estaban confusos y preocupados.
Fue el príncipe quien rompió el compromiso y la encarceló sin seguir las costumbres y leyes de la realeza. Es más, de hecho el palacio y todo lo que había en él, incluída esa mazmorra, eran propiedad del rey, de modo que el príncipe no tenía la autoridad para hacer y deshacer a su antojo. Y mucho menos, podía hacer lo que sugería sin el permiso explícito del rey.
Aunque, ¿no fue el príncipe quién abandonó su deber al romper el compromiso? Es más, Rachel no cometió ningún crimen (acosar a la novia del príncipe, no tendría como pena prisión y ejecución), por lo que si seguían las órdenes del príncipe, seguramente serían castigados más tarde. Si eso llegaba a pasar, su Alteza no les sería de mucha ayuda, así que ninguno quería acatar su orden y se daban pequeños empujones entre ellos.
—¡Oid!—gritó, impaciente, el joven—. Me estoy cansando de esperar. Solo la cortaré un poquito, todo estará… — Dejó la oración incompleta, todos se giraron y se quedaron paralizados.
Rachel estaba de pie, apuntándoles con una ballesta cargada.
—¿¡Te… te has traído un arma a prisión!? ¡Estás enferma!
—No sé de qué estás hablando. No es un arma.
—¿Qué?
—Es una herramienta de defensa personal.
—¡Eso es lo mismo, imbecil!
Mientras hablaban, Rachel se posicionó para tenerlos a todos a tiro, y ninguno de ellos tenía forma de contraatacar.
Una sonrisa cínica se dibujó en su cara.
—Como a Eliot le falta tanto sabiduría como paciencia, supuse que llegaríamos a esta situación. Por cierto, a diferencia de su alteza, a quien le encantaba perseguir mujeres por la ciudad, a mi me encantaba acompañar a mi padre y mi tío a cazar. Los pájaros salvajes siempre caen de una forma tan elegante, ¿no creen? —la joven esbozó una sonrisa que no prometía nada bueno—. Hace unos tres años, unos forajidos acabaron atacando el pueblo en el que nos habíamos quedado a descansar. Obviamente el duque tomó control de la situación casi de inmediato, pero he de decir que yo también ayudé, encargándome de tres de ellos. Así pues, no tengo reparos en disparar a un ser humano en caso de que sea necesario.
«Mierda». Esa fue la única palabra que pasó por la mente de todos los presentes.
Hoy en día, la mayoría de los caballeros no tenían experiencia real en combate y, pese a que entrenaban mucho, para no dudar en matar, era muy fácil distinguir a los veteranos, que ya habían manchado sus manos con sangre, de los vírgenes como ellos.
—No sé, ¿debería mataros?—dijo la joven, provocándoles más aún—. Venga, si os estáis quietecitos y sois buenos chicos, quizás permita que ese idiota me vuelva a visitar. Le aviso, alteza, que si en algún momento intenta entrar por la fuerza o herirme, tendré que ejercer mi derecho a defenderme, ¿no cree?—dijo ladeando ligeramente su pequeña y adorable cabecita—. Bueno, si eso es todo, ¿podrían marcharse?—les sugirió, mirando a las escaleras.
Los caballeros agarraron rápidamente a Elliot y se lo llevaron a la fuerza, mientras todavía miraba atónito e inmóvil a la muchacha. De ese modo, parecía que trataban de salvar al príncipe, cuando el problema era que no podían retirarse antes que su superior. De hecho, el carcelero fue el primero en salir por patas.
Cuando notó otro de los empujoncitos de Sykes, Eliot volvió en sí.
—¡Si tantas ganas tienes de quedarte en prisión, quédate allí todo lo que quieras! ¿¡Pero realmente crees que alguien te dejará salir!? ¡Incluso si nos dices que deseas irte, jamás te lo permitiremos! ¡Incluso si empiezas a suplicar y lloriquear, no te lo permitiré! — gritó iracundo, dejándose arrastrar.
—Me encantaría que profirieras tus amenazas a la cara—dijo entre bostezos. La joven no esperaba una respuesta y, en efecto, no la obtuvo; en cuanto terminó de hablar el cobarde príncipe ya había huido con el rabo entre las piernas.
Rachel se durmió abrazada al libro, pensando en lo maravillosa que sería su vida a partir de ese día.

*Créditos*
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